Aparentemente, Gran Bretaña decidió que el suicidio asistido era la respuesta más fácil a un problema difícil. Recientemente, el Parlamento británico impulsó un proyecto de ley que pone el suicidio asistido por un médico (PAS por sus siglas en inglés) a un paso más cercano de ser aprobado como ley. El Proyecto de Ley para Adultos con Enfermedades Terminales (al final de la vida) que pasó su segunda lectura por 330 votos a favor y 275 en contra, les permitiría a los médicos recetar medicamentos letales a pacientes que consideren enfermos terminales y o que se estima tengan menos de seis meses o menos para vivir. Por supuesto, los defensores de este proyecto de ley prometen salvaguardas estrictas, elegibilidad limitada y mucha compasión. No lo creas.
Albert Mohler Jr., nos dice en un artículo (en inglés) que escribió para la revista World: “Si declaras un llamado ‘derecho a morir’, entonces simultáneamente (aunque evasivamente) argumentas a favor del deber de morir”. Una vez que la ley trata la muerte como una “solución”, deja de ser opcional. Ese deber de morir se forma a través de presiones sutiles, desde la culpa familiar hasta los costos de la atención médica, hasta que las personas vulnerables se ven a sí mismas como cargas.
El mito de las salvaguardas
No tenemos que imaginarnos cómo terminará esta historia ya que países como Canadá ofrecen un claro ejemplo de esto y de las terribles consecuencias. ¿Recuerdas a Christine Gauthier, la atleta paraolímpica y veterana que pidió ayuda a la oficina de Asuntos de Veteranos de Canadá para instalar un elevador para sillas de ruedas? En lugar de ofrecerle apoyo, le ofrecieron a ayudarla a morir. El mensaje es claro: ¿por qué ayudarte a vivir cuando es mucho más barato acabar con tu vida?
Su caso no es un caso único. El programa de eutanasia de Canadá, que comenzó con promesas de estrictas salvaguardas, ahora permite que los niños y las personas con enfermedades mentales tengan acceso al suicidio asistido. Una vez que la burocracia decide que algunas vidas no valen la pena que sigan viviendo, no hay forma de ponerle un alto.
En 2015, Aaron Kheriaty, un profesor asociado de psiquiatría y director del Programa de Ética Médica de la Facultad de Medicina Irvine de la Universidad de California, advirtió (aprende más en inglés) que la legalización del suicidio asistido puede crear un cambio cultural peligroso, en el que la sociedad ve la muerte como una solución. El estado de Oregón, que fue el primer estado en los Estados Unidos en legalizar el suicidio asistido, vio un marcado aumento en las tasas generales de suicidio, 35 por ciento más alto que el promedio nacional. Kheriaty explicó que esta normalización del suicidio destruye la solidaridad pública y envía un mensaje dañino: algunas vidas ya no valen la pena. Advirtió que “abandonar a individuos propensos al suicidio en medio de una crisis, bajo el pretexto de respetar su autonomía, es socialmente irresponsable: debilita la ética médica y ocasiona la desintegración de la solidaridad social”.
La erosión de los límites
El Dr. Gordon Macdonald, de Care Not Killing señala que las salvaguardas de las leyes de eutanasia nunca son más que una fachada (aprende más en inglés).
“Otros han destacado los problemas con las llamadas salvaguardas, que la evidencia en todo el mundo muestra que con el tiempo se erosionan y desaparecen, tal como vemos en Canadá, que introdujo una ley estrictamente definida en 2016″, explicó Macdonald. Para 2019, la ley se había ampliado de un adulto con una enfermedad terminal a cualquier persona experimentando sufrimiento, y este año los legisladores aprobaron la eutanasia para las personas con problemas de salud mental. Sin embargo, algunos advirtieron que si esta ley era aprobada habría muchas más probabilidades de que se acabara con las vidas de las personas de minorías étnicas, de los barrios más pobres o con una discapacidad”.
En los Países Bajos, el suicidio asistido por un médico se ha expandido mucho más allá de la enfermedad terminal para incluir afecciones como la anorexia, la depresión e incluso la ceguera. En algunos lugares, el miedo a la eutanasia ha crecido tanto que las personas mayores ahora llevan “tarjetas en contra de la eutanasia” para declarar que quieren vivir, y no que un médico tome la decisión por ellos.
¿Qué impide que Gran Bretaña tome el mismo camino?
La economía de la muerte
Esta es la razón por la qué: la eutanasia no es simplemente una cuestión moral, sino económica. El Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) de Gran Bretaña ya está sobrecargado. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que ofrecer “una salida” se convierta en el camino de menor resistencia? Como advierte Andrew T. Walker: “Si la continuación de la vida ya no es un bien moral básico… El Estado que salvaguarda la vida da paso a una estructura perversa de incentivos para acabar con la vida”.
La compasión no es lo que está impulsando estas leyes. Las presiones presupuestarias sí lo son. Se trata simplemente del resultado final.
Cuando el cristianismo abandona la cultura
Además, este debate no es solo sobre legislación, es sobre el alma de Gran Bretaña. Como afirma Mohler:
Gran Bretaña es, efectivamente, una sociedad que ha abandonado sus raíces cristianas. Sus impresionantes catedrales y abadías son reliquias de una cultura basada en una comprensión bíblica de la vida humana, y que ya no existe. Solo una fracción muy pequeña de los residentes británicos asiste a los servicios religiosos.
Estas catedrales son ahora atracciones turísticas en un país que se está desprendiendo rápidamente de sus raíces cristianas. La santidad de la vida ha sido reemplazada por una visión secular del mundo donde la muerte es solo otra “opción”. Pero esa opción está enmarcada de una manera que se aprovecha de los débiles, los ancianos, los pobres y los discapacitados. Una vez que la muerte se convierte en una opción, rápidamente se convierte en una expectativa para los débiles e impotentes. Esta expectativa no solo devalúa sus vidas, sino que también les roba el propósito que se puede encontrar incluso en el sufrimiento.
Esto es lo que la “Cultura de la Muerte” se niega a reconocer: el sufrimiento tiene un propósito. Andrew Walker nos recuerda que el sufrimiento puede ser redentor. Andrew escribe:
Nunca he oído el testimonio de un cristiano que haya pasado por el sufrimiento y que hable de su sufrimiento como algo inútil. El sufrimiento nos acerca más a nuestro Señor, varón familiarizado con el sufrimiento (Isaías 53:3), de una manera que no podemos comprender.
Contrasta eso con las promesas huecas del suicidio asistido. Mohler advierte de la presión social y política que crea, transformando la muerte en un deber.
A partir de este momento, un ciudadano británico que caiga bajo la categoría de un paciente que muere de una enfermedad terminal bajo un cierto horario se enfrentará a una elección que ningún paciente debería tener que hacer: ¿Continúo utilizando los servicios médicos cruciales y los recursos de la familia y la sociedad cuando ahora hay una salida legal?
¿Es Estados Unidos el siguiente?
Este no es solo un problema británico. Diez estados de EE.UU. y Washington, D.C., ya han legalizado el suicidio asistido por un médico. El mismo guion se está desarrollando aquí, con promesas de salvaguardas y compasión que enmascaran la agenda más profunda.
No podemos permitir que suceda. Cuando la vida se convierte en una mercancía medida por conveniencia o costo, nadie está a salvo. Como dice Mohler: “El movimiento para legalizar la ‘muerte asistida’ solo puede tener éxito cuando se debilitan ciertos valores morales, y esos valores morales descansan sobre fundamentos explícitamente cristianos”.
Mohler y Walker son claros: la Iglesia debe ser la voz de la verdad en una cultura que está perdiendo el rumbo. Necesitamos proclamar con valentía que cada vida humana, ya sea en el vientre materno o en sus últimos días, es sagrada porque estamos hechos a imagen de Dios. Eso significa defender a los débiles, a los vulnerables y a los que sufren.